Cuando esta mañana a las 9:00 comenzaba a sonar la música que nos ha estado despertando durante los últimos diez días, se nos formó a todos un nudo en la garganta. La certeza de que, ahora sí, había llegado el momento de hacer el equipaje, hizo que nos invadieran una serie de sentimientos encontrados difíciles de describir con palabras: por un lado, teníamos ganas de ver a nuestras familias, pero por otro, sabíamos que entre los acampados se había creado un nexo de unión (o fortalecido el ya existente) como sólo la convivencia continua y las innumerables experiencias vividas pueden crear.
Vamos a echarnos de menos muchísimo los unos a los otros y no nos cabe duda de que, el curso que viene, estaremos deseando desde el primer día que llegue de nuevo el momento de partir juntos hacia Saldaña. Aquí hemos reído, hemos llorado, hemos aprendido a compartir, a celebrar las victorias y aceptar las derrotas, a poner nuestras virtudes al servicio de los demás y a reconocer con humildad nuestros defectos. Nos hemos ayudado, nos hemos divertido, hemos superado muchas barreras, nos hemos sentido útiles e importantes para los demás, hemos conocido el valor del trabajo en equipo y hemos descubierto que, en comunidad, todos somos necesarios.
Por eso, después de desayunar, hemos dedicado la mañana a dejar por escrito, en las agendas de nuestros amigos, todo aquello que queríamos transmitirles, al igual que les hemos dejado a ellos las nuestras para que pudieran escribir. Son palabras cargadas de cariño y agradecimiento que nos ayudarán a hacer más llevadera la distancia y que sin duda podremos volver a leer con emoción en el futuro.
Entre agenda y agenda, ha habido también un ratito de piscina y algo más tarde, a las 14:30, nos hemos dirigido a comedor para almorzar. Hoy había paella mixta, filetes de lomo con patatas y, de postre, gelatina de fresa. Después, tuvimos un ratito para lavarnos los dientes y descansar y empezó la recogida.
La tarde, dedicada casi por completo a poner en orden el campamento y hacer las maletas, ha tenido su momento más emocionante con la ceremonia de recibimiento de los itinerantes. Verlos llegar, con la pie dorada por el sol y la mirada de satisfacción del que ha conseguido su objetivo, nos ha hecho pensar en el día en que por fin tengamos edad para hacer el camino y disfrutar de esa apasionante aventura.
Terminada la ceremonia, llegó la hora de la merienda (bocata de paté y una pieza de fruta) y de continuar con la recogida.
A las 20:30 nos llamaron para las duchas y después, a las 21.30, ya limpitos y con ropa abrigada, fuimos al comedor a disfrutar del menú especial de la última noche: nachos con queso y guacamole, hamburguesa completa con patatas y, de postre, helado. ¡Qué rico!
Tanta actividad y tantas emociones agotan, así que, después de lavarnos los dientes y repasar que lo teníamos todo en la maleta, nos fuimos a nuestras cabañas a descansar. Después de un ratito de charla intentamos dormir, pero hay que reconocer que hoy ha sido algo más difícil conciliar el sueño: multitud de recuerdos se agolpaban en nuestras cabezas, un sinfín de experiencias compartidas que serán imposibles de olvidar y que han dejado, para siempre, una huella imborrable en nuestros corazones.
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